domingo, 24 de julio de 2011

Ford, Tom Ford




¿Como se pasa de ser Thomas Carlyle Ford, nacido el 27 de agosto de 1961 en Austin, Texas (ahora mismo se me ocurren pocos sitios menos glamourosos) a ser Tom Ford, diseñador de moda, creador de tendencias, director de cine, arquitecto frustrado? Desde luego llevar en el ADN la herencia de una abuela tan excesiva y decadente como debía serlo Estée Lauder debe facilitar el viaje vital hasta llegar a ser uno de los más famosos e influyentes diseñadores de la historia.

Si alguien me preguntara cual fue el símbolo del poder que desde la década de los 90 adquirieron los creadores de moda, diría que la portada de Vanity Fair en el número dedicado a Hollywood de 2006, en la que, con un traje impecable Tom Ford posaba con unas desnudas Keira Knightley y Scarlett Johansson.



Tom (seguro que me deja tutearle) pasó gran parte de su infancia en Santa Fe, Nuevo México (pues mira tú, si que había sitios menos glamourosos que Austin), trasladándose a Nueva York para estudiar Historia del Arte. Allí descubrió su verdadera vocación: la moda, lo que le hizo mudarse a París para estudiar a fondo el mundo de la pasarela, y, posteriormente, a Milán, donde, en 1990, entró a trabajar en la firma Gucci como diseñador de ropa de mujer, siendo ascendido dos años después hasta Director de Diseño de la empresa, lo que le hizo tener bajo su responsabilidad la concepción de todos los productos de la marca, como ropa, perfumes, zapatos y accesorios, además de la imagen de la compañía, sus campañas publicitarias y el diseño de sus tiendas.

Figura mediática y hábil lector de los deseos de su tiempo, Ford llegó a la marca italiana cuando está estaba en decadencia y la reflotó a golpe de sexualidad, provocación y nocturnidad. Defino reflotar: pasar de perder 30 millones de dólares al año a ganar más de 160 en poco más de dos años y estar valorada en más de 4.300 millones de dólares.

La colección de 1994, con la que atrajo la atención de medios y compradores, despertó de un largo letargo a la firma italiana, que, hasta entonces, lo único que fabricaba era marroquinería. Hubo cambios que luego todos copiaron, como la oscuridad en la pasarela y un cañón de luz apuntando la salida de cada modelo y la música atronadora. Recuperó con esta colección el glamour americano de los sesenta y setenta, desde Jackie O. hasta Halston (considerado la primera superestrella mundial de la moda), con el que compartió noches en la mítica Studio 54. Revolucionó el mundo de los complementos, puso de moda los zapatos de tacón altísimo, los logos, y, por supuesto, devolvió el término sexy y sex al mundo de la moda. El éxito fue instantáneo y tan brutal que pilló a su equipo sin copias del muestrario que prestan a las revistas; sólo había una copia de los prototipos del desfile, lo que hizo que las revistas tuvieran que desplazarse a Milán para fotografiar la colección para las ediciones de invierno. La colección estaba compuesta por pantalones de cintura baja de terciopelo, blusas entalladísimas de satén abiertas hasta el ombligo, zapatos de tacón de puntera cuadrada y estribos, abrigos de mohair y enormes bolsos de cuero negro con las características rayas verde y rojas míticas de la casa, bolsos que convirtieron a esta firma en la más rentable del panorama de la moda y pusieron de moda su propio vocabulario, ya sabéis, it bag, must have, etc. Tom incluyó todo tipo de pieles en esta colección, desde pantalones de cuero hasta voluminosos abrigos de mouton.

De la mano del gestor Doménico de Sole formó un dúo -Dom-Tom- que vendió al mundo un mensaje claro y directo. Pero eso no era suficiente. Soñaban con convertir la empresa en un gran grupo y con el cambio de siglo se dedicaron a comprar otras marcas. Una decena en un par de años. Entre ellas, una gloriosa Yves Saint Laurent. Así, Tom Ford, el chico guapo de Texas, provocó la retirada del discípulo de Christian Dior y se dispusó a repetir en París la fórmula que tan bien le había funcionado en Milán.

En 2004 sus desavenencias con el rey del lujo, François Pinault, dejaban huérfano al grupo y desamparados a los seguidores del “estilo Ford”. Una ruptura que el diseñador equiparó al más doloroso de los divorcios.

En abril de 2005, exactamente un año después de su dramática salida del Grupo Gucci, Ford anuncia la creación de la marca TOM FORD, en principio únicamente con una línea de ropa masculina a la venta en su exclusivísima tienda de la Avenida Madison de Nueva York –trajes de corte clásico, gemelos con diamantes, gafas con montura de ébano o batas con las que sentirse flamboyant.

El regreso de Tom Ford a Estados Unidos fue áspero. Ya se sabe que es difícil ser profeta en la tierra de uno mismo. El establishment cultural de Nueva York enarcó las cejas con desdén al ver llegar al hijo pródigo que había abandonado las marcas europeas y el crítico de The New York Times, Horacio Silva, publicó un demoledor reportaje en el que relataba como se había sentido ninguneado y ultrajado por el trato recibido en la tienda.

Por fin, a principios de este año, ha presentado su colección para mujer. Si algo ha tenido este diseñador es una innegable visión de la mujer que él disfruta creando y recreando. La mujer que el define puede ser una fantasía, pero no es un cliché, ya que encarna caracteres individuales, fuertes y reales. Sus códigos habituales se mantienen – trajes masculinos, guiños a la transición de los setenta a los ochenta, sexualidad explícita, pero no se imponen a la mujer, sino que se adaptan a ella. Transmite un sentido de belleza atemporal, grandilocuente y memorable que hoy escasea en una industria entregada a la histeria de lo inmediato.

Su última aventura ha sido un largometraje del que es director, coproductor y guionista, una adaptación de Un hombre soltero, una de las primeras novelas del movimiento de liberación homosexual, publicada por Christopher Isherwood en 1964, protagonizada por un maravilloso Colin Firth merecedor del premio Volpi y la nominación al Oscar.

Como curiosidad os contaré que ha confesado que de forma recurrente tiene la pesadilla de que el día de la presentación de sus colecciones, por algún motivo, la ropa no llega – probablemente, yo la he robado- y él tiene que salir a la pasarela y hablar para entretener al público. Por lo que a mi respecta, le valdría con salir y permanecer de pie para dejar que lo (ad)miremos.

Artista inquieto, multidisciplinar y amante de los retos, es un rey del estilo sin corona, con un reinado que se extiende más allá de la moda. Su estilo sofisticado y sexy se siente en todo lo que emprende. Él es la prueba viviente de que los diseñadores de moda pueden ser protagonistas, vestir a las estrellas y convertir sus más alocadas propuestas en inmortales imágenes duraderas y momentos precisos. Además de astucia y talento, Tom Ford conquista con su look, curiosa sofisticación del macho alopécico, barbado y de pelo en pecho. Es adicto a la sonrisa de sátiro, y se revela aún mejor cuando proyecta su hipnotizante mirada bajo esas grandes gafas. Nadie como él para ser la mejor imagen de su propia marca.




1 comentario:

  1. Creo que tienes muchísimo talento, he seguido tu blog y me has convencido. Permíteme escribir un comentario al tema Tom Ford. Además de lo acertado de tus opiniones sobre su labor en el diseño de moda, quiero complementar tu artículo con un comentario personal, sobre su vinculación hacia la arquitectura en consonancia con su visión e interpretación estilística de la moda. Yo creo y tu lo has dicho, con otras palabras, en la importancia que para Tom Ford tiene la luz, la transparencia. Esa concepción de la luz, de la pureza en sus diseños, que tan bien has anotado se refleja en su concepción (gusto) por un diseño propio en la arquitectura. Por ello encargó su casa al arquitecto vallisoletano, catedrático en la ETSAM, Alberto Campo Baeza. Lógico y purista de las formas (o de las formas puras). Estudioso de las propiedades y cualificaciones de la luz. La luz que expresa los diseños de T.F. Te animo a seguir con tu blog, tu seguidora, Carlota

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Me encanta leer tus Cool&Cold-mentarios.