Si le habláis a alguien
que haya pasado la cincuentena del peplum, sin duda, pensará en
Charlton Heston intentando hacerse con la cuádriga de Ben
Hur, en
el odioso Nerón de Quo
Vadis,
o si es un pelín friki, en Steve Reeves matando (mayormente, de
aburrimiento) a un león. Pero no, no os creáis que hoy la cosa va
de cine, bastante empacho de romanos hemos tenido en Semana Santa
(válgame el cielo, ¿cuándo van a variar la programación? Si
quieren que veamos romanos, que nos pongan Gladiator,
por lo menos nos deleitaremos viendo a Russell Crowe). En fin, que
hasta hace dos telediarios, el peplum sólo era un género
cinematográfico en el que salían muchos romanos malos, muchos
leones fieros y muchos cristianos buenos y, según los anteriores,
sabrosísimos. Pero últimamente hemos aprendido que el peplum
también es una prenda con un volante colocado justo entre cintura y
caderas, haciendo destacar a éstas últimas y convirtiendo a la
mujer en un ocho (algunas un 8
y otras un
8,
y luego dicen que la naturaleza es sabia, pues puede ser, pero mal
repartida).
El origen del peplum
tenemos que buscarlo en los peplos de la Grecia Dórica. Estas
túnicas atadas a la cintura, formaban un volantito a la altura de
las caderas, destinado a resaltar la femineidad de la mujer. El
modelito en cuestión fue adoptado también por las romanas y, con el
fin de su Imperio cayó en desuso hasta la llegada de otro Imperio,
el Austriaco, ya que fue la hija del Emperador Francisco I, María
Antonieta, quien volvió a poner de moda el peplum, que se adaptaba a
las mil maravillas al gusto por el exceso de la corte de Versalles
(sin duda, me he equivocado de época).


Y, otra vez, nos
olvidamos de él hasta que Thierry Mugler, guerrillero de las curvas
femeninas (“Las
mujeres tienen que estar orgullosas de sus curvas. Las caderas anchas
simbolizan fertilidad y transmiten sensualidad.”
- bien por tí, guapetón) lo utiliza en sus supersofisticados
vestidos de los 80.
Y como en la moda no hay
nada inventado y, además, estamos condenadas a repetir la historia,
aquí estamos, nuevamente, luciendo volante alrededor de la cadera.
En todas las pasarelas han
desfilado caderas (bueno, -caderitas-) recubiertas de volantes. De
todas las que he visto (que han sido un montón), sin duda, mi
favorito es el peplum dominatrix de Alexander McQueen (hasta la
capuchita le perdono).
Pero
tampoco le voy a hacer ascos a esta maravilla de Givenchy.
Me
ha encantado la raza española de este modelo de Lanvin.
Cómodo,
lo que se dice cómodo, pues mira, no, pero me ha parecido fantástico
el modelo de Cushine et Ochs.
Pero,
como mi alma de péndulo me lleva de extremo a extremo, de mi lado
duro, pasaría al más dulce, emplumándome gentileza de Jason Wu.
Me
deja sin respiración la propuesta de Vera Wang.
Y
se me acelera el corazón al ver este Christian Dior.
Como
no es un secreto que adoro a Elie Saab, no haré comentario alguno
sobre su arquitectónico volante (¡ay! ¡qué bonito! lo siento, he
tenido que comentar...).
Y
no sé que pensar de la mezcla peplum-miriñaque que nos propone Zac
Posen (fantástico para abrirte hueco en el sitio de moda).
Pero,
como siempre, a las pasarelas, le siguen los escaparates low cost,
donde he encontrado montones de propuestas para rellenar mi wish
list. Empiezo por este top metalizado de H&M, fantástico con
pitillos y taconazo (¡ummmm!)
Y
no voy a poder volver a dormir hasta que esta maravilla de
Guatequecacahuete ocupe una percha en mi vestidor.
En
el más puro estilo Mad Men me ha salido al encuentro este
estupendo Dorothy Perkins (¡que tiemble la Hendricks, que aquí
estoy yo...).
Y
para un día especial no dudaría en elegir este vestido de
Net-à-porter.
Me
encantaría ser la mujer de rojo, enfundada en este Wallis.
Y
aunque los estampados no son lo mío, no voy a despreciar este
conjunto de Asos.
También
puedes adaptarlo a tu working look si optas por el modelo que he
visto en Barbarella,
las
propuestas de Blanco,
o
las de Zara.
Y
si pensáis que no es una tendencia cómoda, os propongo el top de
Sfera,
la
americana marinera de Tibi,
o la dulce propuesta de Pepa Loves.
Este
verano, ¡ataque romano!